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Patetico de madrid 1 - R.Zaragoza 1

El empate en el Manzanares dejó una muesca de insatisfacción en el Real Zaragoza, que mereció la victoria tras una larga travesía por el anonimato lejos de La Romareda. Jugó un fútbol desenfadado y dañino, alegre y serio, contundente y comedido, pero no ganó, que fue lo que persiguió con inusual y ambiciosa vocación. En nada tuvo que ver a ese conjunto al que dan ganas de abrigar y dar sopa caliente cuando se pierde por otras ciudades. Su mirada buscó el triunfo con apetito fiero, y sólo su condición de cachorro inexperto en momentos puntuales y la inoportuna lesión de Villa le impidieron sumar sus tres primeros puntos de la temporada a domicilio.

El delantero tuvo que retirarse lesionado al poco de que se alzara el telón de la segunda parte, periodo en el que la escuadra aragonesa dispuso de suficientes y variadas ocasiones para desnudar por completo al Atlético. A la buena voluntad de los rematadores accidentales le faltó malicia, picardía y puntería, es decir todo lo que le sobra al asturiano. Esa misericordia involuntaria no la tuvo el desangelado grupo de Ferrando, que sólo en los balones colgados halló una vía miserable pero rentable para evitar la derrota cuando ésta se anunciaba por la megafonía del encuentro. La felicidad del Zaragoza no hay que buscarla sin embargo en el resultado, que no fue bueno por su ausencia de justicia, sino en la liberación como visitante de los valores de los que hace gala como local. ¿Un triunfo moral? Sin duda. Ahora hace falta que en Valencia y en otros campos hostiles suelte amarras y navegue con igual o semejante desparpajo para seguir observando la Liga desde la punta del iceberg.

VULGAR El gol de Savio favoreció el planteamiento agresivo y directo y blindó el ánimo. También ejerció de guillotina sobre las previsiones del Atlético, que cayó en lo más profundo del pozo de la vulgaridad, afectados todos sus futbolistas por la bacteria de la imprecisión. El tanto zaragocista, una magnífica obra de ingeniería del contragolpe, madrugó mucho y condicionó el resto de la historia, desfigurada en la última página con el gol de la igualada de Salva y un despiste aéreo que propició el remate del ariete rojiblanco.

Otra vez el brasileño jugó con etiqueta, elevándose por encima del resto. En el minuto 2 se alió con Villa en una pared perfecta y, como un relámpago, se plantó por el centro para batir a Leo Franco. Fue su tarjeta de presentación, a la que contestó de inmediato Aguilera con la suya, una entrada a la altura de la rodilla que lo dejó cojo un buen rato. El Atlético no pudo frenar a Savio ni presentar su candidatura como aspirante a algo porque el Real Zaragoza le salió contestón y porque Simeone y Sosa, sus mediocentros, son caricaturas de Ibaigaza y Luccin, anoche de baja por lesión. Movilla, que regresaba con cuentas pendientes al Calderón, se adueñó del laboratorio, y Zapater, sobre todo en la segunda mitad, no dejó que nadie, acreditado o sin pase oficial, distrajera al Pelado . La flexibilidad creativa del Zaragoza en esa zona contrastó con la falta de relieve de un enemigo con los pies y la mente de cemento.

Fernando Torres pudo darle el triunfo a un Atlético al que lidera sin oposición. Hubiera sido el colmo que el Niño , reducido a chaval tierno por un impresionante Alvaro, hubiese marcado en el último suspiro, cuando se puso frente a Luis García y éste le adivinó sin esfuerzo la vaselina tonta que le tiró a las manos. El estandarte de la familia colchonera apareció tan sólo esa vez. El resto de la noche lo pasó en comisaría, entre rejas, desquiciado por la falta de suministro de pases y, sobre todo, por el marcaje de Alvaro, quien se serigrafió a su espalda hasta borrarle el número y la moral.

El central se multiplicó también para despejar el espacio aéreo, por donde el Atlético insistió y por donde maquilló una penosa imagen, de equipo barato, simplón, insuficiente para aspirar a grandes empresas. Colgó balones sin pudor para Perea y para Salva, que ganaron casi siempre a un Zaragoza que sufre si le levantan del suelo. En un agónico centro, fue sin embargo el joven Braulio, quien debutaba ante su afición, el que peinó con malicia para lucimiento de Luis García. El rechace del portero fue a parar dentro gracias al oportunismo de Salva, otro del que se tuvieron noticias en el último acto de la obra.

Demasiado premio, aunque el equipo de Víctor Muñoz colaboró para que al Atlético le tocara la pedrea. En un sobresaliente partido colectivo, desplegó de igual forma madurez e inocencia. La desatención atrás en el gol del empate, siendo importante, quedó en anécdota frente al desperdicio de oportunidades que se sucedieron ante Leo Franco. Drulic, sustituto de Villa, cabeceó al poste un centro señorial de Galletti, y, con posterioridad, a portería vacía estampó el balón en la lateral de la red. Cani, que brilló en la mediapunta por clase y por estajanovismo, se encontró solo frente al meta argentino y eligió la peor opción posible, un remate asustadizo y desviado con la frente.

El Real Zaragoza salió del Manzanares aliviado por su cambio de imagen fuera de casa, aunque con la dulce amargura de quien deja un buen trabajo a medias. El cachorro despierta. Ahora tiene que crecer para cazar piezas mayores.

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