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Malaga 0 - Real Zaragoza 0

Partido playero



El Zaragoza firmó un empate sin goles en un mal encuentro que pudo ganar y perder

Fuente: FERNANDO ORNAT (MÁLAGA) (13/09/2004)



Cuando se llevaban consumidos veinte minutos de tedioso espectáculo, un espectador de tribuna le comentó a su esposa: “Hoy teníamos que habernos ido con los niños a la playa”. La señora, con gesto de hastío, se limitó a asentir con la cabeza mientras con el rabillo del ojo seguía el enésimo intento de su equipo por crear algo comestible... misión imposible. Eso fue el partido: un consumo de fútbol intrascendente entre dos equipos con las ideas sumidas en una especie de sesteo sólo alterado por los arranques de Wanchope, las intenciones de Amoroso y los disparos envenenados de Duda frente a la fortaleza comandada por el ‘Mariscal’ Milito (¡qué futbolista!). Más allá, el Málaga quería, pero no sabía. Más acá, el Zaragoza sabía, pero... ¿Pero del Zaragoza qué? Pues más bien poco. Excelentemente bien colocado, muy seguro de sí mismo y hasta con cierta suficiencia en su talante, pero con pocas ideas. Una rápida premisa para comprender gran parte de lo que sucedería después: Movilla estuvo ausente y el equipo se resintió de la falta de liderazgo perdiendo profundidad ofensiva. Este hecho marcó por encima de cualquier otro el destino del Zaragoza en La Rosaleda. Y eso que el Málaga, un equipito tan carente de personalidad como de recursos, concedió espacio para jugar y tiempo para pensar en el centro del campo. Pero nada, Movilla también hubiera preferido estar en la playa con los niños. Además, y como consecuencia directa, las bandas se obturaron con Galletti y, sobre todo, con Savio, actuando como comparsas que hubiesen extraviado su guión. El principal afectado fue Villa, que se la pasó tratando de sacar algo limpio de los borrones que le enviaban sus compañeros. Fracasó y fue sustituido por Drulic. Otro dato concluyente: el Zaragoza no remató a puerta en toda la primera mitad. Sin embargo, y pese a la empanada de medio campo para arriba, los aragoneses siempre tuvieron controlado el encuentro. Por momentos pudieron sucumbir –como cuando Luis se armó un lío con Milito que casi aprovecha Juanito– y por momentos rozaron la hazaña –como cuando Javi Moreno se quedó solo ante una portería inmensa... y falló–, pero las impresiones eran favorables. A lo mejor no se ganaba, pero algo muy gordo tenía que pasar para perder. Cuestión de sensaciones. Tan evidentes fueron las señales, que los zaragocistas terminaron entendiendo que era sólo cuestión de voluntad y un poquito de empeño. Lo asumió, sobre todo, Savio, y su simple estímulo a punto estuvo de obrar el milagro. Pero a esas alturas, cuando un partido entra en el terreno del “¡a la carga mis valientes!”, todo se juega a un regate imposible o un rebote inesperado o un remate que, según para quien, puede ser divino o terrible. Savio, tardíamente enchufado, lo tuvo y Geijo, también. El brasileño la echó fuera, por eso no ganó el Zaragoza. El Málaga tuvo enfrente a Milito, y así es muy difícil ganar.

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